El caso más espectacular de transhumanismo es el de Lepht, una joven biohacker británica que implantó en su cuerpo 50 chips.
La mujer lleva desde imanes en los dedos que le permiten sentir la distancia entre sus manos y los objetos del entorno y su calor, hasta un chip insertado en la mano que le permite pagar sin cargar con la tarjeta de crédito, sensores en los pies que le ayudan a captar movimientos sísmicos, luces LED, etc. los transhumanistas aspiran a convertirse en otra especie.
“La medicina tiene como fin curar, sanar o corregir algo que no funciona bien, los biohackers quieren mejorar la apariencia de su cuerpo para ser algo diferente al género humano, este es un movimiento de carácter estético que no tiene demasiada base filosófica. Al igual que hace 30 años los jóvenes eran punks, ahora quieren ser ciborgs”, explica Marc Abraham Puig, del departamento de Ciencia Política y Derecho Público de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Para el investigador hay una contradicción en este movimiento porque por ganar algunas capacidades nuevas, aunque sean de dudosa utilidad, algunos pierden otras.
Por ejemplo, quien se implanta un USB en el oído ya está perdiendo su capacidad innata de oír bien, el biohakcer admitió que no tenía mucha utilidad, pero aun así se implantó el chip.