Por: Mónica Barriga
Periodista deportiva
En el periodismo deportivo, como en la vida, la memoria es un valor sagrado. No se construye de un día para otro, ni se hereda por decreto; se forja con trabajo, con pasión, con presencia y, sobre todo, con verdad. Por eso, hoy no se puede guardar silencio cuando uno de los grandes del periodismo deportivo boliviano, Alfonso “Toto” Arévalo, es blanco de ofensas por el simple hecho de disentir.
Durante más de medio siglo, Toto Arévalo ha contado la historia del deporte boliviano y mundial con la entrega que sólo tienen aquellos que nacen para comunicar. Creció frente a micrófonos, dejó huellas en la televisión, narró mundiales, Juegos Olímpicos y conquistas que marcaron épocas. Acompañó éxitos y derrotas con la misma pasión con la que un hincha acompaña a su selección, pero con el profesionalismo de quien entiende que su misión es informar, analizar y aportar criterio.
Por eso duele —y preocupa— ver que en estos tiempos se pretenda descalificar su voz solo porque no coincide con la de quienes hoy ocupan temporalmente espacios de poder en la dirigencia deportiva. Duele porque la falta de respeto no se dirige sólo a una persona, sino a la esencia misma del periodismo.
Disentir no es un ataque. Preguntar no es una ofensa. Investigar no es una traición.
Es, precisamente, la responsabilidad que el periodismo tiene con la sociedad.
Ningún dirigente, por más alto que esté en la pirámide deportiva, debería olvidar que los cargos son circunstanciales, pasajeros, prestados por la voluntad —y a veces la paciencia— de los aficionados, clubes y deportistas. En cambio, el legado de un periodista que dedicó su vida a construir credibilidad no caduca, no depende de una elección ni de un ciclo federativo: permanece.
Alfonso Arévalo no necesita defensores; su trayectoria lo respalda. Pero sí merece respeto. Y quienes amamos este oficio no podemos normalizar que se ataque a un periodista por ejercer el pensamiento crítico que tanto reclamamos cuando el silencio se vuelve cómplice.
Hoy, más que nunca, el deporte necesita voces libres, capaces de cuestionar, de analizar y de aportar visión. No voces alineadas a intereses, sino voces comprometidas con la verdad, aunque incomode.
El desacuerdo es democrático. El debate enriquece.
La descalificación, en cambio, empobrece.
La grandeza del periodismo deportivo boliviano también se mide por la forma en que tratamos a quienes abrieron el camino por el que hoy transitamos. A Toto Arévalo se le puede debatir, se le puede contradecir, se le puede cuestionar —como él mismo lo hizo tantas veces en el ejercicio pleno de su profesión—, pero jamás se debería ofender su nombre ni su legado.
Aunque algunos quieran silenciar voces críticas, la historia ha demostrado una y otra vez que la verdad encuentra su ruta, y que los verdaderos referentes permanecen cuando los cargos pasan.
Porque en el deporte, como en la vida, los que construyen dejan huella.
Y Toto Arévalo es, sin duda, uno de esos nombres que ya forman parte de nuestra memoria deportiva.


